lunes, 30 de enero de 2012

La caducidad de los sueños

Hoy mam ha hablado de los sueños en un post que ha titulado La puerta de los sueños. Cuando he ido a comentarle me he dado cuenta de que me iban viniendo ideas y recuerdos como para utilizar un entrada entera como respuesta. Mam empieza hablando de sueños de infancia llevada por los cuentos e historias que le contaba su padre. Luego cuenta sin contar que hubo otros sueños más hasta que un día les cerró la puerta a esos y a todos los demás. Yo no me lo creo mucho, quizás cerrase las puertas a los grandes sueños, pero no a los pequeños de cada día. ¿O no se dicen a diario cosas como estoy deseando sentarme a descansar, ojalá salgan bien los análisis, qué ganas tengo de hartarme de dormir? Son los pequeños sueños cotidianos, que además tienen de bueno que casi siempre se vuelven realidad.

Mam pregunta al final ¿Y tú, has cerrado la puerta de tus sueños? La respuesta que me salió a bote pronto fue NO, con mayúsculas y todo. Luego pensé un rato sobre el tema. ¿Qué pasó de aquellos viejos sueños que dejaron de serlo? Y claro, esa auto-pregunta dio lugar a un montón de cavilaciones.

Al pasar los años he ido aprendiendo a soñar solo con lo que está en mis manos conseguir. Algunos de esos sueños he podido hacerlos realidad, otros no, aunque a todos les pusiera la misma fuerza de voluntad y el mismo entusiasmo. Los primeros, al volverse reales, me llenaban de felicidad; el no poder cumplir los segundos, me traía frustración. La frustración es un sentimiento muy desagradable, una mezcla de impotencia y de fracaso. Así que aprendí a no soñar nunca lo imposible. Mientras algo me parece deseable a la vez que posible, me empleo de lleno en la tarea de conseguirlo, pero le doy solamente un tiempo, un número indeterminado pero finito de oportunidades. Después lo descarto, lo paso a la categoría de irrealizable y dejo de soñarlo, o lo reconvierto en otra cosa, porque hay muchos más sueños y no voy a dejarlos de lado agotada de pelear por los que no se van a cumplir. Es bueno saber dejar que caduquen los sueños. Me siento orgullosa de haber sabido hacerlo hasta ahora.

2011 ha sido un año-ejemplo de sueños que acabaron en fracaso, aunque cada fracaso le abrió las puertas a un nuevo sueño: sueños tan hermosos como de improbable materialización, así que valía la pena darles una oportunidad; sueños irrealizables, así que no valía la pena dedicarles más tiempo del que se necesita para que la frustración deje paso al olvido, que no es tanto; sueños de serenidad, de salud, de vida... y alguno que otro de amor. ¿No son de amor la mayoría de los sueños que más frustración causan? Pues aún así en 2012 yo los sigo incluyendo en mi baúl de los sueños. Qué le voy a hacer, cómo voy a renunciar a algo que a veces  es tan bonito como un dulce delirio. Por eso en mis sueños de amor ya no estás tú, porque caducó mi sueño de ti, y de ti también por eso ya no te sueño, pero ¿por qué no te voy a soñar a ti, perfecta tú, posible tú, tal vez desconocida tú? Lo mejor de este sueño es que no ocupa mi tiempo, no me agobia, no tiene prisa, es solamente bonito. Por eso ni siquiera tiene fecha de caducidad (pero sí de consumo preferente).

No obstante todo, lo mejor de mi vida NO está en mis sueños.

lunes, 23 de enero de 2012

Después de los virus, unos regalos de Lenteja

Me preguntan por aquí si hemos hecho voto de silencio. ¡Qué va! En la noche del día 1 de enero cogí un resfriado de narices y otros órganos que me duró ocho días. Cuando ya había dado por muertos a virus y bacterias me incorporé a mis trabajos cotidianos, pero en vez de muertos lo que estaban haciendo es, de forma silenciosa y sibilina, abasteciéndose de armamento y municiones y preparando estrategias bélicas para atacar por sorpresa a mi todavía debilitado cuerpo mortal. Durante varios días libramos una dura batalla, que gané yo otra vez. Y mientras cantaba victoria nos entró por el torno un virus, que algunos llaman el de los tres días, que golpeó primero a una y luego a otra y a otra con efecto dominó. La primera yo, para dar ejemplo. Ya hemos cumplido todas con el ritual vírico, que consiste en pasar de la clausura en celda a la clausura en baño. 

Dicho y hecho lo que antecede y estando ya todas como rosas, paso a mostraros unas fotos-regalos que me ha enviado Lenteja. La primera hace ya algún tiempo. La tomó ella misma en uno de sus viajes. Alguna especialista en interpretaciones, que nos cuente lo que significa. Yo solo leo:  Proximidad de monjas, peligro de electrocución.



Esta otra me la envió a causa de su sexto sentido y sospechando tal vez que nos hallábamos sitiadas por las bacterias y los virus. Es una chapita-medicamento: Monjitol, sabor a gloria. Me mandó solamente la foto, que ya hizo milagros (sobre todo por el componente Sor-colina). La chapita la guarda para dármela la próxima vez que nos veamos. 


Lenteja, eres un sol... por algo te propuse... ejem... Esto, con estas dos fotos voy a inaugurar una página en este blog que se llamará Regalos al convento, en donde colocaré todos esos regalitos que me mandáis y que me saben a gloria, como el Monjitol. ¡Gracias!

lunes, 16 de enero de 2012

El sueño del fauno triste

Esta mañana desperté con el cuerpo dolorido como de haber estado en tensión mientras dormía. En mi memoria estaban las últimas imágenes de un sueño que, sin llegar al grado de pesadilla, me había provocado mucha inquietud. Después de despertar y durante un buen rato ha seguido esa sensación de inquietud mezclada con otra de principio de liberación, la de un sentimiento inútil. Sin embargo no consigo encontrarle ninguna interpretación a ese extraño sueño.


El sueño del fauno triste


Estoy de visita en una casa en donde hay una mujer, su hija y el hijo de esta última, un niño de unos seis años. Preparan alegremente un viaje en avión para los tres.

Camino por la acera de una calle. Paso junto a una plaza o parque infantil. Sentado en el suelo y tomando puñados de tierra hay un hombre feo, pequeño y contrahecho, con aspecto de fauno triste. Tiene vendadas las puntas de los dedos de ambas manos. El hombre se levanta y me sigue discretamente hasta que yo llego a una plaza grande y ahí ocurre algo desagradable que no recuerdo.

Me entero de que el hombre con aspecto de fauno es el único hijo de la mayor de las mujeres, que en su día fue rica y a la que le quitaron ese hijo al nacer, al ver que era deforme, y se lo sustituyeron por otro sano. La mujer y su hija no conocían ese hecho y trataban con un cierto desprecio al hombre-fauno, que era un artista y además era el maestro del niño en la escuela. Él si sabe que lo cambiaron por otro.

Vuelvo a vivir la escena de pasear por la acera de una calle, de ver al hombre sentado en el parque trajinando en la tierra con sus dedos vendados. Me sigue y yo recuerdo que eso ya lo he vivido anteriormente. Sé que cuando llegue a la plaza grande va a pasar algo desagradable y, para evitarlo, hago algo distinto de lo que hice la vez anterior, a pesar de que sé que de todas formas va a ocurrir porque todo está grabado como una película.

Suena el despertador

domingo, 15 de enero de 2012

Después del éxtasis

De momentos de tertulias y calma que nos llevan al éxtasis, como aquel de sor Marcela, pasamos por mor del destino a otros en donde las cosas se complican en cuestión de segundos, como el instante que transcurre entre la vida y la muerte o ese en que se desencadena una tormenta inesperada, sea de agua y viento o de pasiones. De todo eso hubo en el convento durante este fin de semana que comenzó en viernes 13 y cada una capeó su temporal como mejor supo y pudo: con lágrimas, con rabia, con serenidad o con ganas de hacerse el harakiri. Poco a poco volverán a su cauce las aguas que aún no lo hicieron.

Todavía me encuentro cansada y con mucho trabajo por hacer del hábito hacia dentro, pero ya lo empezaré mañana. Esta tarde y esta noche son para descansar y -por qué no- para seguir tomando la vida con sentido del humor, así que:

1. Estamos preparando "una cosilla" que a muchas de vosotras os parecerá divertida. A otras seguramente no, pero como nunca llueve a gusto de todos...  En cuanto la tengamos lista os avisaremos. Antes tendremos que reunirnos en una de esas tertulias sin orden del día ni concierto a ver qué locuras acordamos.

2. Sor Marcela, en un rato de nada, pasó del estado de éxtasis al de beatitud. No sé si rezaba por mí o intentaba convertirme. Lo primero no me vendría mal, oye, que una recomendación a instancias superiores puede hacerme mucha falta según qué día. Y yo me encomiendo. Si era lo segundo, que más bien creo que era eso, no sé en qué o a qué me quiere convertir si yo ya estaba convertida de antes.


De la instantánea anterior sor Marcela ha decidido recortarse, hacer estampitas y repartirlas a cambio de un donativo para el convento. ¿Qué os parece?



miércoles, 11 de enero de 2012

El éxtasis de Sor Marcela

Tras la llegada de sor Marcela a nuestro humilde convento, acomodó sus enseres en la celda 21, cenamos en mi celda e invitamos a pasar la velada con nosotras a sor Misterio. No estuvimos arreglando el mundo como otras veces porque no le vemos componenda, sino que nos dedicamos al noble arte de conversar empezando por cualquier cosa y terminando por otra que no tiene nada que ver. A las tres nos gustan esas tertulias sin orden del día ni concierto.

En el transcurso de la charla salió a colación el nuevo buscador granaíno, que naturalmente utiliza una palabra que en el lenguaje vulgar de Granada se usa para casi todo.

Está basado en Google del que toma su aspecto visual, como podéis ver.


Hablando por hablar y habiendo pasado por temas tan trascendentales como la tortilla de patatas y distintas partes de la anatomía femenina, lo que se dice todo un brainstorm, acabamos volviendo al tema de los buscadores y ¿por qué no crear un buscador lésbico? Acabamos dándole nombre, cambiando el texto de los dos botones inferiores de Google y usando los colores del arco iris. He aquí el resultado.

Luego nos acostamos, cada una en su celda correspondiente, aclaración que hago para evitar malos pensamientos, que son pecado y, antes de que despuntara el sol, ya había pedido a sor Marcela que hiciera apostolado ante una concurrida audiencia de la que arrancó pensamientos, risas y aplausos y eso que la pobre mujer no tenía la menor intención de evangelizar a nadie esta mañana, que seguramente habría preferido dedicar a la práctica del dolce far niente. Tres horas más tarde bostezaba de cansancio y de sueño, momento que aproveché para sacarla del bullicio intramuros y llevarla a mi sala secreta, de la que algunas han oído hablar pero pocas han tenido el honor de conocer su ubicación y mucho menos de visitar, a excepción de sor Amor, sor Alicia y quizás alguna otra que ahora mismo no recuerde. El sol entraba por entre los barrotes de la ventana. Fumamos. Se puso frente al haz de luz, cerró los ojos y entró en éxtasis. ¿No podéis creerlo? Mirad.

lunes, 9 de enero de 2012

Explicar el convento y noticias de última hora

Para muchas de vosotras sobran las explicaciones sobre qué es el convento, qué significa, quiénes viven en él y por qué. Otras se sienten desorientadas:  ¿Es realidad o es ficción lo que escribes en tus cartas? ¿Quién es quién en cada personaje?

El convento es una abstracción de una vida, la mía, llena de afectos y desafectos, más de lo primero que de lo segundo. Las hermanas son las mujeres que viven en el corazón del convento, que es el mío: sor Amor-sor No, sor Casta-sor Raimunda, sor Marca Pola (de la que todavía he contado poco o nada), sor Alicia del País de las Maravillas y algunas más, unas de las que todavía no he hablado y otras que, por hacerlas menos identificables, toman nombres distintos en distintos momentos.

El convento -mi vida- está lleno de mujeres, mujeres que me aman y amo, que me amaron y amé. Mujeres a las que admiro, fuertes, sencillas, complicadas, vestidas, desnudas, armadas, desarmadas, del pasado, del presente, presentes, ausentes, permanentes, de paso. El convento -mi vida- está construido de afectos de mujer distintos, insustituibles, estrechos e imborrables.

El convento es de la Orden de Lesbos y sin embargo no todas las hermanas son lesbianas.

El convento es de clausura, lo que no implica que tenga numerus clausus, aunque no se puede salir de él fácilmente: si estás en el convento -en mi vida- eres libre de alejarte o acercarte pero, con casi toda seguridad, te quedarás en mi corazón.

Alguien se lamentó un día de nuestros votos de castidad, pero ¿quién habló jamás de tal voto en tal convento?

Última hora

Comenzamos el año nuevo de enhorabuena: 
  • Sor No se ha desnudado, ha guardado en el armario su hábito de malla de acero y su escafandra de cristal insonorizado, ahora podemos oírnos y no me duele abrazarla. Secretamente vuelvo a llamarla sor Amor.
  • Sor Raimunda se ha enamorado. Lo bien que le sentó la merienda-cena con sor Virtudes y el subsiguiente cambio de nombre.
  • Sor Misterio se ha instalado en el convento, celda 17.
  • Esta Nochevieja he llevado bragas rojas, regaladas.
  • El día de Año nuevo he ganado un bingo y una línea y además me he resfriado (por pasar pronto lo malo).
  • En esta semana voy a tener el honor de alojar en la celda 21 -celda VIP- a una de mis más queridas amigas. No sé si viene de incógnito. De no ser así ¡que se manifieste!

miércoles, 4 de enero de 2012

Como una cabra

Más o menos así nos contó sor Alicia del País de las Maravillas cómo fue su día de aventura senderista. No sé si envidiarla por su forma de tomarse la vida, a su bola, casi a pelo por el mundo, o si darle unas collejas o soltarle un sermón por su falta de previsión y por hacernos pasar estos malos ratos. Pero como al final siempre sonríe, ríe y abraza ¿quién le dice nada? Nos ablanda.


Pensé levantarme temprano y salir a eso de las 8 de la mañana para hacer una buena caminata hasta el lago, echar en la mochila un tentempié para media mañana y un bocadillo para la comida, que preveía hacer mientras disfrutaba del día soleado junto a las aguas quietas y azules. Pero como me desperté tarde, preferí tomar un buen desayuno en el convento y echar en la mochila solamente el bocadillo y una botella de agua. A las doce de la mañana salí sin dar tres cuartos al pregonero porque sabía que alguna que otra se habría querido apuntar a la excursión y yo prefería hacerla sola. Llevo días disfrutando mucho de la soledad, incluso en el festín que me di para fin de año, yo misma conmigo misma, mis uvas y mi Juvé i Camps.

Tomé el sendero que va hacia el noreste, tal y como me había indicado sor Hortensia. Esa parte es un secanal con algunas encinas y monte bajo. Caminé a buen paso disfrutando del silencioso día soleado. Caminé, caminé, caminé... dos horas... tres horas... cuatro horas. Habría debido llegar al lago en dos horas como mucho, pero ni sombra de agua por ninguna parte, ni de casas, ni de gente. Seguramente los pies me habían crecido desde que hace 20 años me regalaron las chirucas. ¡Cómo me apretaban! Eran las cuatro de la tarde y en ese momento renuncié a ver el lago porque aún volviendo en ese momento me quedaban cuatro horas de camino y sin duda alguna se me iba a hacer de noche antes de llegar al convento. De todas formas, tenía hambre. Me senté en una piedra redonda para comerme el bocadillo tranquilamente, disfrutando de aquel horizonte tan limpio y sereno. Me descalcé. Ni un alma en kilómetros a la redonda, salvo que las abejas y las hormigas tengan alma.

Cuando terminé de comer, a duras penas conseguí calzarme las chirucas e intenté orientarme para volver por un atajo imaginario que acortara el tiempo de vuelta. Esto es, campo a través. Enseguida el sol empezó a descender peligrosamente. No tenía linterna ni ropa de abrigo, las botas me hacían demasiado daño, así que me las quité, rasgué la toca en dos trozos y me fabriqué unos peales. ¡Pero tenía mi móvil! Sin cobertura.

Caminé y caminé. Una hora... dos horas... Estaba completamente perdida y apenas podía guiarme campo a través por la luz tenue de la luna en cuarto creciente y, a ratos, por la del móvil. De pronto me encontré con un arroyo que se interponía en mi camino. Bastante ancho para saltarlo y... ¿profundo? No podía saberlo sin luz, así que cogí una piedra del camino y la tiré al agua para calcular su profundidad. No sonó nada. Me descalcé y metí un pie, una pierna, y aún no tocaba fondo... Era demasiado profundo para atravesarlo a pie, no me quedaba más remedio que hacerlo a nado. Sin dudarlo ni un instante me desnudé y lancé al otro lado del arroyo la ropa, la mochila y las chirucas. Me sumergí en el agua y nadé dos metros, porque no tendría más ancho de eso. El agua olía a rayos, estaba espesa y por suerte no pude conocer su color. Salí helada por un talud de pinchos y caminé unos metros desnuda hasta secarme.

Me acordaba de mi manual de supervivencia, pero es que hasta para eso hace falta tener algo a que echar mano. Ni una cerilla para hacer fuego, ni una linterna, ni un saco de dormir, ni una brújula. Así, empapada, en cueros, sin material y sin haber aprendido a guiarme por las estrellas, solo podía seguir camino hacia donde fuera. A algún sitio llegaría, que tampoco estaba en el Gobi.

A lo lejos escuché balar cabras. Si hay cabras, habrá un cabrero, pensé. Comencé a gritar: ¡Oigaaaa, que me he perdidooooooo!. Beeeeeeeeee, beeeeeeeeeeeee. Esto último lo decían las cabras. Ya me había secado, así que me puse de nuevo el hábito y los peales. A traspiés seguí caminando sin encontrar a las cabras. Pensé que, de encontrarlas, podría meterme entre ellas, como una más, y pasar la noche.

Mi reloj marcaba las 21 horas cuando encontré un sendero, que seguramente era el mismo que había seguido a la ida. Con suerte, pronto estaría en el convento. Y así fue como pasadas las diez me entró de pronto un calorcito, una alegría... cuando vi las luces de vuestras linternas. ¿No os comí a besos? He dormido como un bebé y no me he resfriado. ¿Hay más chocolate caliente?

Sor Alicia hace senderismo. Segunda parte

Olía a demonios, que no a sirenas. Nos resultaba difícil creer que pudiera reírse en ese estado, con todas aquellas algas en la cara y la cabeza y tiritando de frío, pero es que conozco a pocas personas capaces, como ella, de reírse de sí misma.

La acompañamos a su celda, llenamos de agua caliente una tina gigante, la desnudamos y la metimos a remojo. Tenía los pies llagados, algunos arañazos y profusión de algas y cieno a lo largo y ancho de su piel desnuda.

- ¿Te caíste al lago? -le preguntó sor Hortensia.

- Nunca llegué al lago -le respondió sor Alicia.

Sor Hortensia y yo nos dijimos en una sola mirada que no entendíamos nada y que la íbamos a dejar relajarse y calentarse tranquila hasta que tuviera ganas y fuerzas de contarnos lo que le habría ocurrido. Mientras lavábamos con cuidado su cuerpo dio algunas cabezadas inmersa en el agua caliente. Se dejó lavar, secar, meter en la cama y arropar. Nos dijo gracias y se quedó dormida.


Mi curiosidad de gata a punto estuvo de ganarle a mi paciencia, pero al final venció esta y esperé a que durmiera durante diez horas y nos contase a todas su aventura a la mañana siguiente, mientras desayunaba chocolate con churros en el refectorio.

martes, 3 de enero de 2012

Sor Alicia hace senderismo. Primera parte

El día 1 de enero de 2012 amaneció apacible y soleado. Algunas de nosotras estábamos empezando a trabajar en nuestros proyectos personales para el año nuevo, otras habían dejado de hacerlos desde hacía años y la mayoría empezaba a traicionarlos desde las primeras horas del amanecer, como suele ocurrir cada año: fumarse un cigarrillo, comerse un bombón o volver a flagelarse con añoranzas. 

Sor Alicia del País de las Maravillas pertenece al primer grupo. Siempre concienzuda y positiva, había pasado la Nochevieja encerrada en su celda, provista de manjares, incienso, música, sonrisa y uvas. Uno de sus proyectos de año nuevo era hacer senderismo. A eso de las 12 de la mañana del día 1, con cuatro horas de retraso con respecto a sus previsiones -según me dijo-, se pasó a verme vestida con su hábito normal, bajo el cual asomaban unas chirucas. Colgada en un hombro llevaba una pequeña mochila negra, de la que no me reveló el contenido,  con este letrero en color rosa: "Si el amor el la respuesta, ¿puede repetirme la pregunta?".

-Oí a sor Hortensia el otro día decir que a unas dos horas caminando hay un precioso lago. Allá me dirijo pero, por favor, no se lo cuentes a nadie. Estaré de vuelta antes de que se ponga el sol. -Así habló, pletórica y zalamera, antes de remangarse el hábito, hacer un zapateado, dar dos vueltas sobre sí misma y encaminarse hacia la salida del convento.

A las seis de la tarde el sol ya se había puesto y empecé a preocuparme. A las ocho, no había noticias de sor Alicia. Ni a las nueve. El apacible día había dado lugar a una noche cerrada y fría. Llamé a sor Hortensia para que me indicara el camino hacia el lago y ya de paso le conté los motivos de mi preocupación, aunque para ello tuviera que traicionar la palabra dada a sor Alicia. Provistas de linternas salimos a buscarla. La llamamos a gritos, pero solo conseguimos hacer callar a búhos y mochuelos.


Algo más tarde de las diez la vimos aparecer a lo lejos. Sin duda era ella, que venía directa hacia nosotras, con las chirucas en una mano y la mochila en la otra.

Traía el hábito sucio, la cabeza descubierta y los pies envueltos en tiras de toca. La enfoqué con la linterna y vi que tenía la cara y el pelo llenos de algas. En medio de aquel verdor acuático, entre risas nos intentaba tranquilizar: "Nada ¡que no pasa nada! Vamos adentro, y luego os cuento."